Por Bibliotecario
Resumen:
Al evocar la grandeza de Egipto, un nombre acude en seguida a la memoria: el de Ramsés , el llamado «hijo de la luz», el único que encarna toda la magia y el poder de los faraones.
Esta magnífica novela, primera de la pentalogía que Christian Jacq dedica a tan ilustre personaje, narra con gran amenidad y rigor histórico las peripecias de un Ramsés adolescente que debe superar todos los obstáculos que su padre, el faraón Seti, le pone en su camino hacia la madurez. Deberá afrontar, asimismo, las intrigas a que lo somete el primogénito y celoso Chenar, su hermano. El joven Ramsés, el destinado a gobernar el pueblo de Egipto, habrá de aprender, en definitiva, a obrar con la sabiduría, la rectitud y la habilidad de los destinados a tan alta empresa.
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capilla. A la izquierda de la entrada, una estela mostraba un texto de veneración al sol naciente. Frente a la piedra sagrada, el faraón Seti elevaba las manos, con las palmas abiertas, y celebraba el renacimiento de la luz cuyos rayos empezaban a iluminar la cantera.
Ramsés se arrodilló, escuchando las palabras que pronunciaba su padre.
Una vez terminada la plegaria, Seti se volvió hacia su hijo.
– ¿Qué vienes a buscar a este lugar?
– El camino de mi vida.
– El creador realizó cuatro acciones perfectas -declaró el faraón-: puso en el mundo los cuatro vientos con el fin de que cada ser respire durante su existencia; engendró el agua y las crecidas, de manera que el pobre las aproveche tanto como el poderoso; modeló a cada hombre idéntico a su prójimo; finalmente, grabó en el corazón humano el recuerdo de occidente y del más allá, para que se ofrecieran sacrificios al invisible. Pero los hombres transgredieron la palabra del creador y no tuvieron otro deseo que desnaturalizar su obra. ¿Formas parte de esa cohorte?
– He… he matado a un hombre.
– ¿Destruir es el sentido de tu vida?
– ¡Me he defendido, una fuerza me ha guiado!
– En ese caso, asume tu acto y no llores sobre ti mismo.
– Quiero encontrar al verdadero culpable.
– No te pierdas en veleidades; ¿estás dispuesto a hacer un sacrificio al invisible?
El principe asintió.
Seti penetró en el interior de la capilla, para volver a salir con un perro amarillo oro en los brazos. Una gran sonrisa iluminó el rostro de Ramsés.
– ¿Vigilante?
– ¿Es tu perro?
– Sí, pero…
– Coge una piedra, rómpele la cabeza y ofrécelo al espíritu de esta cantera. Así estarás purificado de tu violencia.
El faraón soltó al animal, que se precipitó sobre su amo y celebró el encuentro con alegres saltos.
– Padre…
– Actúa.
Los ojos de Vigilante pedían caricias y ternura.
– Me niego.
– ¿Eres consciente de lo que supone tu respuesta?
Ramsés. El hijo de la luz. Christian Jacq. Planeta, Barcelona, 1998.
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