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Archive for 16 de noviembre de 2009

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LOS PAJARILLOS

(Este relato lo escribí pensando en el barrio obrero por excelencia de Basilea: KleinhüningeHadesn. Sus fábricas (geishas), las chimeneas de las mismas y los tranvías que cada mañana transportan a los trabajadores, hacen de este rincón un sitio especial dándole un toque de poesía)

Los pajarillos

Cada mañana, cuando la aurora riega la ciudad con sus primeros rayos de luz, veíamos abrirse la puerta tímidamente y, como soplo de viento leve, sin ruido ni apenas movimiento, salía ligera con su jaula y sus pajarillos en la mano. Se acercaba hasta la puerta del supermercado, disponía los sacos de tierra para plantas a su manera y, acomodándose entre ellos, se dormía. Dormía ese sueño mañanero, profundo y vigilante a la vez. Ese sueño donde se viven las escenas más intensas de la noche, donde se entra más adentro del inconsciente y el alma desvela deseos e historias irreveladas a la consciencia. El sueño donde la irrealidad del mundo onírico se mezcla con los colores y formas reales de la estancia donde en se duerme. Así, el país de fantasía adonde su mente la conducía cada mañana, se entremezclaba con la luz del alba y el cielo azul, el lucero matutino y el fresco de la alborada.

Cuando los primeros rayos del sol en marcha unísona con los primeros ruidos de Kleinhüningen, la frecuencia de los tranvías, la fluidez del tráfico y el vocear de las sirenas de la Ciba llamando a los primeros operarios, se aunaban, Flor de Té se despertaba, cogía sus pajarillos y entraba en la casa. Ese era también el momento donde las miradas de los vecinos que la habíamos observado desde nuestras ventanas chocaban y, embarazosamente, déjabamos caer los visillos. Una hora más tarde la volvíamos a ver salir enfundada en un vestido rojo de cuello kimono dirigiéndose hacia Dreirosen. Era bella. El pelo lacio, negro y en corte a lo paje, enfundaban la cara de tez pálida, ojos almendrados, y labios granate. Pero se movía tan dulcemente que apenas si se la percibía en su deslizarse por la calles.

Una mañana, despues de cumplir el ritual ya maníaco de apagar el despertador que había obedecido a la orden de despertarme al albor, salí furtivamente a la ventana y la observé como de costumbre. El cielo empezaba a cobrar los primeros brillos plateados y Flor de Té liberó la jaula del pañuelo de seda multicolor que la cubría. Enfundada en un albornoz negro, se recostó en la improvisada almohada de tierra y cayó en un profundo sopor que me contagió y, fue así que yo me dormí en su sueño.

En medio de una niebla color rosa y con perfume de jazmín fuí llevada a una estancia poblada de geishas que me miraban con su sonrisa hipócrita. Un pequeño oriental se abrió paso entre ellas y me mostró un inmenso río de llamas rojas y verdes. Al otro lado del río se encontraba un gran gigante con la palabra Basel escrita en la cara y hacía guiños y gestos a una gran dama que llevaba por tocado el campanario de una Iglesia. Las geishas se alborotaron y corrieron de un lado a otro asustadas por una enorme mancha verde que por el cielo se aproximaba. Feo, de ojos rojos y lengua amarilla, hiperdimensional y de papel, el monstruo verde abrió su boca como para engullirme pero, en vez de hacerlo, dejó salir de su vientre un montón de hormiguitas que se dirigían aceleradamente hacia las geishas. Éstas, en vez de rechazarlas, las acogieron gustosas bajo sus pies y, debido al cosquilleo por ellas producido, dejaron oír unas risas largas y hululantes como el gemir de las sirenas.

Flor de Té se despertó y, recogiendo sus pajarillos, se fue a su casa. Mis ojos se entrecruzaron entonces con los de los vecinos y nos miramos sorprendidos, conscientes de haber participado todos del mismo sueño.

Y otra mañana Flor de Té no volvió a salir. De la misma manera dulce como llegó, desapareció de nuestras vidas y de aquel rincón de Kleinhüningen. Nadie preguntó quién era, ni qué hacía, ni cómo había llegado allí, ni cómo había desaparecido. Teníamos miedo de darle historia y romper el encanto que dejó en nuestras vidas aquella pesadilla de verano.

Angela Fdez. de Quero Díaz

 

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Aquí os traigo, con un poco de retraso (2005), aunque con la misma validez que en su día, las reflexiones de Arturo Pérez-Reverte sobre el cuarto centenario del Quijote y el turismo quijotil:

Guau. Dos mil actividades culturales programadas en la Mancha para el cuarto centenario del Quijote. Un empacho de cultura, van a tener los manchegos. La idea consiste, sobre todo, en poner a punto la Ruta de don Quijote, que nacerá de un día para otro con la pretensión «de ser el mayor corredor ecoturístico y cultural de Europa». Tela. De momento, pese a los esfuerzos de humildes héroes locales con más entusiasmo que fortuna, y salvo excepciones como Campo de Criptana, El Toboso, Almagro y algún sitio más –lean la guía magistral Por los caminos del Quijote, de Guerrero Martín, editada por la Junta–, la única ruta quijotil que uno encuentra allí son carteles asegurando que ésa es la ruta de don Quijote, estatuas infames, azulejos espantosos y anuncios de quesos y chorizos con los nombres de Dulcinea, Sancho y demás. Cultura popular, ya saben. Es paradigmático el cartel que hasta hace poco campeaba en la nacional 301: «En un lugar de la Mancha / don Quijote una meá echó / y salieron unos ajos gordos. / Por eso, vayas parriba o pabajo / de Las Pedroñeras son los ajos». Después de leerlo, claro, la gente se abalanzaba a las librerías pidiendo Quijotes como loca. Pero eso no es suficiente. A partir del año que viene, y de un día para otro, se intensifican esfuerzos. Lo del mayor corredor ecoturístico y cultural de Europa no es guasa. Que se den por jodidas Florencia y la Toscana, Salzburgo, Provenza, el valle del Loira o Stratford-on-Avon. Llevan siglos currándoselo, vale. Y quizá tengan el puntito cultural. Pero son lugares demasiado elitistas, obsesionados por el buen gusto. Reaccionarios, si me permiten el término. Les falta el concepto ecoturístico popular de la España plural. Nuestra pluricultura.

Menos mal que los medios informativos han sabido captar el nervio del asunto, resaltando lo que hay que resaltar. Los actos del cuarto centenario incluyen consolidar la red de bibliotecas en todas las localidades manchegas, publicaciones y exposiciones. Vale. Todo eso está muy bien. Pero lo de publicar y exponer a secas suena demasiado convencional, estrecho, apolillado, sin gancho que arrastre a las masas masivas. Así que se ha proclamado, astutamente, que la cosa irá trufadita de espectáculos populares. Sin espectáculo popular no hay político que se gaste un duro. Eso es lo que sitúa las cosas en su sitio, democratiza la cultura, la acerca a la gente y demás. Así que, para intensificar el aspecto ecoturístico cervantino, hay previstos conciertos de rock y música pop en plazas mayores, claustros de conventos y patios y corrales antiguos –los pocos que quedan, dicho sea de paso–, a fin de que la juventud manchega y forastera, elemento básico en estas cosas, capte las esencias del Quijote y profundice en ellas entre litrona y litrona. Pero no todo va a ser chundarata. Niet. También la música intelectual tiene su papelito. El proyecto incluye la actuación inaugural, prevista para estos días, de Woody Allen y su banda de jazz. Y mucho ojo. Que el gran cineasta y músico diletante no tenga nada que ver, ni de refilón, con el Quijote, es lo de menos. Las fotos, los titulares y el público están asegurados. Qué sería de Cervantes a estas alturas, sin Woody Allen.

En esa línea, puestos a popularizar más la cosa y adecuarla a la España pluriplural del buen rollito, permítanme alguna sugerencia extra. El año cervantino manchego podría empezar, por ejemplo, con una solemne petición de perdón a las lenguas autonómicas por la brutal represión cultural a la que Cervantes no fue ajeno en absoluto. Luego, ya en otro orden de cosas, daría mucho de sí un especial de Gran Hermano o de Crónicas Marcianas en Argamasilla de Alba. Tampoco sería moco de pavo un dueto de Bisbal y Chenoa en Puerto Lápice, leyendo fragmentos del Quijote. ¿Y qué me dicen de un pase de modelos con Belén Esteban, o un concurso de miss Dulcinea 2005 retransmitido por Eurovisión desde El Toboso? ¿Ein? ¿Y qué tal un concierto de Boyzone en Campo de Criptana? O un partido de fúmbol amistoso entre el Ciudad Real y el Manchester. Imagínense a todos esos hooligans ecoturísticos bailando agarrados a las aspas de los molinos y echando la pota mientras ahondan en el espíritu cervantino, con todas las cajas de los bares de la Mancha haciendo cling. Y, por supuesto, no puede faltar un anuncio institucional en televisión donde salga Isabel Preysler diciendo: «Desde que vivo en la alta sociedad, no concibo la vida sin un Quijote alicatado hasta el techo».

(c) Arturo Pérez-Reverte

XL Semanal

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